sábado, 21 de enero de 2012

AURELIO CARRETERO (1863-1917). El "padre" de la escultura urbana vallisoletana


El escultor Aurelio Carretero puede ser considerado, sin ninguna duda, el “padre” de la escultura urbana de Valladolid. Ya no solo por haber realizado la primera escultura de éxito que efigiaba a un personaje local, José Zorrilla, sino porque fue el escultor más contratado para realizar imágenes que adornaran la ciudad. De todas maneras hay que señalar que el primero que realizó una escultura urbana fue Nicolás Fernández de la Oliva, el cual realizó la que efigia a Miguel de Cervantes
Aurelio Rodríguez Vicente Carretero, nació en Medina de Rioseco en 1863 siendo su padre un tallista de cierta importancia y, aunque tuvo intención de ingresar en la Academia de Caballería, decidió finalmente estudiar escultura. En 1878 era alumno aventajado de la Academia de la Purísima, ampliando después estudios y horizontes en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, y posteriormente cinco años más en la Academia de San Fernando de Madrid, recibiendo enseñanza en ellas de Sabino Medina y Elías Marín.
 
Aurelio Carretero en su estudio
En enero de 1884 se presentó al concurso de plazas para la Academia de Bellas Artes de Roma, sin resultado favorable, y por este motivo en agosto de aquel año solicitó del Ayuntamiento de Valladolid “protección para continuar sus estudios en el extranjero”, ofreciendo a la corporación los Últimos momentos de Colón y otro grupo de carácter alegórico. Con tal motivo se trasladó a Valladolid y concursó con su grupo Fraternidad en el certamen organizado por la Academia vallisoletana. Este último grupo es un boceto en barro pintado de bronce que representa a una niña adinerada –caracterizada por el vestido, botines, sombrero y una muñeca– que besa a otra pobre –descalza y con mandil–, pero de ello no cabe deducir una preocupación social en el escultor, sino más bien un gusto por plasmar hechos esporádicos.
 
Fraternidad
A principios de 1885 la prensa recomienda al Ayuntamiento que adquiera una obra que acababa de efectuar el artista; Numancia, para “atender al decorado de uno de los salones” del nuevo edificio municipal que se proyectaba entonces y le aconseja también que le podría encargar los bustos de los Señores Gardoqui y Miguel Iscar con el fin de proteger al escultor, a quien se sugiere perfeccionar estudios en Roma.
En Roma permaneció durante tres años, aunque desconocemos en qué fechas concretas residió en Italia. Sabemos, en cambio, que estuvo en Nápoles durante una larga temporada y que en Génova ejecutó sus obras El triunfo de Escipión y Colón en la Agonía, esta última tal vez nueva versión de la realizada unos años antes. Además de estas también realizaría por estas fechas el Robo de las sabinas. Estos temas eran unos tópicos dentro del arte del siglo XIX. En la misma línea y ligeramente más moderno (1886) se inscribe un busto en yeso patinado del comunero ajusticiado en 1521 Juan Bravo, el cual fue presentado al concurso de la Academia de la Purísima de ese mismo año. El busto fue calificado por los críticos como un “trabajo con brío aunque algo amanerado”, aconsejándole que “dibujando más será artista de mucho porvenir”. Es obra de reminiscencias clásicas por el tratamiento general y dura en el modelado. Desde el punto de vista temático es preciso remarcar que a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX fueron frecuentes las representaciones de los comuneros, por lo que ellos tenían de referencia nacionalista e independencia frente a los consejeros extranjeros de Carlos V.
Juan Bravo
Se ignoran los motivos que le impulsaron para marchar al continente americano, pero lo cierto es que se estableció en Argentina en donde trabajó en un periódico como caricaturista político de tono mordaz, lo que originó su persecución y encarcelamiento. Debió de efectuar alguna obra escultórica para las Repúblicas de Uruguay y Paraguay, aunque no permanecería mucho tiempo en América.
En 1891 presentará un proyecto para la realización de un monumento a Cristóbal Colón, también presentó otro Darío Chicote, siendo ambos desestimados.
Cuando murió Zorrilla en Madrid el 17 de enero de 1893, Carretero sacó, en compañía del escultor zamorano Barrón, una mascarilla del difunto con el que había estado en continua convivencia y trato durante los últimos años de la vida de éste. Dos años más tarde se presentó nuevamente a la Exposición Nacional con una obra titulada Nació sin halagos, murió sin caricias.
Carretero se ofreció al Ayuntamiento de Valladolid para realizar un monumento al poeta Núñez de Arce, aunque no consta el año en que se realizó tal ofrecimiento. Quizás pueda ser modelo de aquel monumento que quiso realizar Carretero una pequeña medalla realizada en 1896 que contiene el busto del poeta.

Gaspar Núñez de Arce
En 1899 se convoca concurso público para la realización de un monumento dedicado a Zorrilla, al cual se destinan 23.666 pesetas para su financiación. Presentados seis proyectos, es elegido por unanimidad el del riosecano, quien como ya hemos visto había sacado una mascarilla mortuoria del poeta. Seguramente en la adjudicación del proyecto tendrían mucha importancia las facilidades concedidas por el escultor, la estrecha amistad que éste tuvo con el poeta y hasta el “prestigio” que podía esgrimir Carretero por encontrarse entonces trabajando en Madrid, muy cerca de los afamados Jerónimo Suñol y Agustín Querol, con quien colaboraba asiduamente, y hasta la tercera medalla que alcanzó aquel mismo año por su figura Lamentos.
Maquetea del Monumento a Zorrilla (1900)
Monumento a José Zorrilla
Dicho monumento remata con una monumental estatua en bronce del poeta, en actitud de caminar, y cabeza, de gran parecido con el modelo, dotada de media melena y rostro expresivo. Viste levita y abrigo –criticado en su época como antiestético–, sostienen en su mano izquierda unos papeles y extiende la otra. Se dice que para su fundición, en los talleres madrileños del vallisoletano Ignacio Arias, se emplearon dos cañones del reinado de Carlos III. El monumento se completa con una imagen alegórica de la Poesía, personificada por una muchacha joven, vestida con túnica de recuerdos clásicos y dotada con alas de mariposa; en una de sus manos porta una lira y acerca la otra al oído para mejor escuchar el recital poético; toda ella está realizada en bronce y es más agradable de factura y composición que la principal, caracterizada por el realismo. También el escudo de la ciudad y los letreros que informan de las obras de Zorrilla y de sus hitos biográficos extremos, amén del año de la erección del monumento, van en bronce. El pedestal está resuelto en piedra y en origen tuvo un cuerpo menos, pero dada la desproporción de la base y la escultura se le añadió, según trazas de Agapito y Revilla, una especie de capitel circular con sencillas molduras. Esa desproporción entre escultura y arquitectura ya fue señalada por García Valladolid, para quien constituía el mayor defeco del conjunto, pues por lo demás decía “que no le falta inspiración, originalidad, estudio, belleza, genialidad y propiedad en la expresión del sentimiento y del deseo que representa y ofrece agradable efecto de conjunto”.

Lamentos
En 1900 el Ayuntamiento decide levantar un panteón municipal dedicado a la memoria de los hijos ilustres vallisoletanos que estarían cobijados por la figura alegórica de Castilla, según proyecto de Carretero. Al mismo tiempo que realizaba la escultura alegórica de Castilla, se suscita la vieja idea de hacer permanente homenaje al Conde Ansúrez mediante la colocación de su estatua en la plaza Mayor de la ciudad, encomendando también su ejecución al escultor riosecano, quién modeló la figura del Conde en cuatro meses, inspirándose en las biografías del fundador de la ciudad y vistiendo al personaje de acuerdo con la época de Alfonso VI. Como cualquier otra ciudad decimonónica que se preciara, Valladolid quiso honrar a su repoblador, el conde Pedro Ansúrez, para que quedara constancia de “lo imperecedero que es en esta población el agradecimiento a que se hizo acreedor”, al decir de la literatura municipal de 1864, pero, como fue frecuente, entre los buenos propósitos y su realización definitiva transcurrieron bastantes años, pues la inauguración del monumento tuvo lugar en 1903. Entre uno y otro año se sucedieron los obligados trámites con avances y retrocesos. Parece que en 1877 existía en la plaza Mayor de Valladolid “un pedestal (…) con destino a una estatua al Conde Ansúrez”. Será en 1900 cuando vuelve a plantearse el tema, año en que Carretero se ofrece para construir el susodicho monumento, llegando incluso a donar el bronce para la estatua.
 
Castilla
El monumento, destinado a ahondar en la historia local, consta de dos partes bien definidas: el pedestal y la figura de Ansúrez. El primero, realizado en piedra, con base cuadrada y los paños en talud, presenta un cuerpo principal cuyas caras quedan separadas por columnas pareadas y capiteles vegetales de lejana inspiración románica que sostienen una especie de hornacinas con extradós lobulados que acogen escudos ladeados; todo ello de clara inspiración historicista. En los cuatro lados de este basamento existen relieves en bronce que representan un escudo de Valladolid con hojas de recuerdos goticistas, otro coronado, y AÑO DE 1903, más la dedicación de la ciudad del monumento a SU PROTECTOR Y MAGNÁNIMO BIENHECHOR y una figura femenina sentada con ropajes semitransparentes; de los dos restantes, uno recoge el momento en que Ansúrez se presenta al Rey con una soga al cuello, apenas perceptible en el relieve, en el que destaca la movida postura del caballo montado por el conde; en el otro se imponía que figuraran las obra del templo de Santa María y al fondo la torre de la Antigua, aunque en la realidad quedó reducido a una escena de obras en la que, en primer plano, aparece Ansúrez contemplando lo que pueden ser unos planos y a la derecha un cantero labrando; en el lado opuesto, una escalera que indica el fondo en el que parece verse un edificio en obras.
Monumento al Conde Ansúrez

En lo alto, sobre este historiado basamento, se encuentra la figura de Ansúrez, con un tratamiento un poco prosopopéyico; tiene una pierna algo adelantada, al aire al brazo derecho cuya mano sujeta el pendón de Castilla, y la otra mano al cinto, y viste ropas inspiradas en mondas medievales. El conjunto es correcto, su bien parece algo desproporcionado el basamento con respecto a la estatua, al contrario de lo que sucedió en el monumento a Zorrilla.
Su labor se vio nuevamente recompensada con una consideración de segunda medalla en la Exposición de Bellas Artes de aquel año por su obra Poesía que se sospecha fuera el boceto de la escultura del mismo tema que figura en el pedestal del monumento a poeta Zorrilla. También el boceto del Conde Ansúrez, que había donado el escultor al Museo de Arte Moderno, mereció en 1904 una tercera medalla nacional.
También en 1900 se fecha una de sus obras más extrañas dentro de su catálogo. Se trata de un pequeño relieve en bronce que representa a la familia Carnicer-Arrontes (Valladolid. Colección particular). En esta pieza demuestra Carretero sus buenas dotes de retratista.
 
Relieve de la familia Carnicer-Arrontes
En Medina del Campo se pensó también en Carretero cuando la comisión organizadora del IV Centenario de Isabel la Católica, le pidió en 1904 varios bocetos para un monumento conmemorativo a la Reina que tan vinculada había estado a la ciudad de Medina. Carretero finalmente realizó el proyecto más sencillo; aun así se simplificó el pedestal, del que se eliminaron las escaleras y adornos, quedando reducido a un prisma con el escudo en broce; igual que el busto, de los Reyes Católicos, quitándosele los ornatos primitivos que lo rodeaban y la espada. A la Reina la caracterizó como una mujer madura y de carácter fuere, con el rostro rodeado de un generoso velo y coronada; del cuello pende una cruz con remates trilobulados. El busto es atinado tal y como se significó en el momento de la inauguración, afirmándose que su autor estaba dotado de “relevantes dotes de maestro en la escultura histórica”.
Busto de Isabel la Católica
El busto de Isabel la Católica en su antigua ubicación en la Plaza Mayor de Medina del Campo
El de 1906 fue un año importante para el escultor. En él conseguiría la más alta distinción alcanzada hasta entonces en su carrera y que no pudo superar después; su inspirada figura El Gorrióna pesar de lo pesado de su factura y líneas” mereció la segunda medalla en la Exposición Nacional. En cambio su proyecto para ejecutar una serie de bustos de vallisoletanos ilustres que podían colocarse en los jardines del Campo Grande se desbarató; sólo llegó a hacer el dedicado al que fue alcalde, Miguel Iscar y Juárez, el cual fue recibido en octubre de 1907. Carretero se ofreció a realizar el busto gratuitamente, teniendo este ofrecimiento un fin puramente publicitario de su propia obra. De todas formas para la función del busto, y demás gastos, el Ayuntamiento destinó 1.900 pesetas. El alcalde aparece efigiado con semblante adusto, grandes patillas y bigotes y con el escudo de la ciudad en el pecho. No fue la primera vez que se pensó en realizar un busto de Miguel Iscar, puesto que entre los años 1884-1887 se realizaron gestiones para la realización de uno. Seguramente le fue encomendado al escultor José González Jiménez, el cual entregó modelado en yeso un busto del alcalde vallisoletano, aunque nada más se sabe de él.

Monumento a Miguel Iscar
En 1908 Medina de Rioseco le encargó un monumento para conmemorar la Batalla de Moclín, con la cual celebrar brillantemente y recordar para siempre el heroísmo que sus naturales mostraron durante la invasión francesa con motivo de celebrarse el Centenario de la batalla librada en las inmediaciones de Rioseco, en el cerro de Moclín. Lógicamente se recurrió a Carretero, que por entonces recordaría la indicación que la prensa vallisoletana hizo al Ayuntamiento riosecano, allá por el lejano año de 1885 a favor del artista pidiendo que su patria chica le encargase alguna obra. El proyecto fue muy alabado “por su sencillez clásica, su ejecución irreprochable y el espíritu patriótico que le anima”.
 
Monumento a la Batalla de Moclín
Antigua ubicación del monumento a la Batalla de Moclín
Otro acontecimiento de la Guerra napoleónica, la Proclama del Alcalde de Móstoles, proporcionó a Carretero un nuevo encargo: el monumento dedicado a D. Andrés Torrejón, inaugurado en 1898 en ese pueblecito madrileño. También por estas fechas debió de realizarse el desaparecido busto del General Guillermo Pintos que estuvo colocado en el madrileño Parque del Oeste y seguramente también la escultura femenina, tal vez representación alegórica del Alma de una difunta, que existe sobre el panteón familiar de D. José Rodríguez Guerra en el cementerio vallisoletano.
 
Tres vistas del monumento a D. Andrés Torrejón
Busto del general Guillermo Pintos
Las últimas obras públicas que conocemos de su mano fueron las lápidas dedicadas al Presidente Electo de la República Argentina D. Roque Sáenz Peña (1910), ofrecida por el círculo madrileño de Bellas Artes y la sencilla que se colocó en la casa natal del poeta Emilio Ferrari en Valladolid. La dedicada a este último fue colocada el 25 de septiembre de 1911 en la fachada del inmueble número 12 de la calle que actualmente lleva su nombre. La lápida reza así "En esta casa nació el eminente poeta Ferrari. Esta lápida es homenaje sentido que Valladolid dedica a uno de sus más preclaros hijos".
 
Lápida conmemorativa a Emilio Ferrari
Asimismo por estas fechas presentó un proyecto, en colaboración con el arquitecto Luis Ferrero, en el concurso para levantar en Cádiz un monumento conmemorativo de las Cortes, Constitución y Sitio de Cádiz, no fue seleccionado en la segunda fase del proyecto; sería Aniceto Marinas quien triunfaría finalmente. El colofón de su carrera fue probablemente el monumento que los asturianos dedicaron en 1912 a Campoamor en Navia, su pueblo natal, y en cuyo diseño Carretero volvió a emplear el mismo esquema que había utilizado para el monumento a Núñez de Arce, que nunca llegó a realizarse.
 
Monumento a Ramón de Campoamor
Cuando El Norte de Castilla publicó, el 16 de marzo de 1917, la noticia de la prematura muerte del artista, recordaba entre sus últimas obras un busto de Benito Pérez Galdós y el retrato, que no pudo terminar, del señor Alonso Romero, presidente de la Diputación vallisoletana. También entre sus últimas obras debía de encontrarse una titulada Boceto. Se trataba de una obra de pequeño tamaño, esas en los que estuvo siempre tan atinado, en que modeló el rapto de una joven muchacha levantada en brazos por un hombre, caracterizados los dos con atuendos populares. En sí parece realizar un esfuerzo físico mientras que ella, a pesar de tirarle del cabello, no manifiesta en su menudo rostro ninguna tensión. Fue dedicado, tal y como consta en el mismo, a su amigo Justo G. Garrido, abogado y escritor de Medina de Rioseco. Recientemente ha sido fundido en bronce por la Diputación Provincial de Valladolid, propietaria de las dos piezas.
 
Boceto

BIBLIOGRAFÍA

BRASAS EGIDO, José Carlos y URREA, Jesús: Pintura y escultura en Valladolid en el siglo XX (1900-1936), Ateneo de Valladolid, Valladolid, 1988.

CANO DE GARDOQUI, José Luis y otros: Fondos artísticos de la Diputación de Valladolid: siglos XIX-XX: pintura y escultura, Diputación Provincial de Valladolid, Valladolid, 1996.

CANO DE GARDOQUI, José Luis: Escultura pública en la ciudad de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2000.

DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Historia del Arte de Castilla y León. 7, Del Neoclasicismo al Modernismo, Ámbito, Valladolid, 1998.

URREA, Jesús: Estudios de arte y sociedad en Valladolid (siglos XVI-XIX), Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2020.

URREA, Jesús: La escultura en Valladolid (1850-1936), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Valladolid, 1984.

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